jueves, 11 de noviembre de 2010

Viva el líder

Más que “condenado al éxito”, nuestro país parece condenado a la necesidad de contar con caudillos o líderes que nos representen, en la política, en la cultura, en el fútbol, en el trabajo, en la vida.

Después de tantas experiencias que supimos conseguir a lo largo de los siglos, ¿cómo considerar buena la sola posibilidad de ser gobernados por líderes?

Está bien, comprendo que es inherente a la conducta del ser humano buscar identificarse con algo o alguien; y también lo es la ideología, lo que pensamos, analizamos y pretendemos para nuestro país: esa filosofía con la que vamos a defender las ideas toda vez que sea necesario.

Pero la muerte del ex presidente Kirchner trajo de nuevo viejos planteos. Y su partida permite demostrarnos que gran parte de la sociedad prefiere, hasta por una cuestión de intuición -o de supervivencia diría-, aferrarse a la capacidad o aptitudes de un líder, cuyas ideas pueden o no gustarnos, a ser partícipe de la construcción de algo más horizontal, si se quiere, democrático.

Pregunto: ¿Realmente alguien puede creer bueno que Boca siga dependiendo tanto de Riquelme; o River, en menor medida, de un ídolo en decadencia como Ortega?

Ambos han atravesado la época “menemista”, “delaruista”, “duhaldista” y “kirchnerista”. Llegaron a su apogeo con el uno a uno, luego cayeron en default, tiempo después se devaluaron hasta que los agarró la inflación. Pero digo: siguen siendo ídolos populares, y en el caso de Riquelme, una figura aún excepcional. Aunque no me estoy refiriendo a sus virtudes técnicas, específicamente, sino a lo que generan las figuras como él.

Como hincha de Boca, nunca quise un conjunto “Román dependiente”, sin embargo, comparto que no hay muchos que puedan transmitir adentro de una cancha lo que él es capaz; por lo tanto, al no poder identificarme con el actual funcionamiento de mi equipo, también yo decido refugiarme en lo individual.

Pero claro, una cosa es refugiarse en líderes cuando hablamos del plano deportivo, y otra muy distinta, cuando hablamos de política, terreno en el cual todavía no logro identificarme con nadie.

Allí, el juego colectivo se construye para embarrar la cancha; el referí muchas veces parece comprado por el poder, y cuando no, el juez de línea. También el juego es sutilmente asociado, pero ilícitamente. Y qué decir del libro de pases, que nunca cierra antes de una elección, y que al final, siempre nos depara alguna sorpresa.

En fin, las diferencias, como vemos, no parecen tantas, entre lo peor de la política y lo peor del fútbol. Más aún, si a eso le sumamos una pizca de dependencia hacia aquella figura a la que le otorgamos el rol de “líder”.

En el fútbol –pero aplicable a la política-, no siempre quedan en la historia los equipos de buen pie, cuyos entrenadores son valorados por su nobleza y honradez. Al contrario, muchas veces esos técnicos que se quedan con las páginas de los libros son aquellos que, en su momento, supieron derrotar a sus rivales aprovechando vacilaciones. Y comandaron equipos que tenían en claro cuándo especular y que aprendieron a manejar la suerte trayéndola a jugar de su lado. Al fin y al cabo, algunos de ellos han logrado campeonatos pisando a sus rivales, no dejándolos jugar.

De todo, me quedo con los ídolos deportivos, aunque algunos estén en decadencia, porque juegan para que los hinchas no paremos de soñar, ni de ilusionarnos con la posibilidad de ver lo que nunca antes vimos; para demostrarnos en la cancha lo que son capaces de hacer, más allá de los resultados y de los logros. Además, ese tipo de líderes suelen contagiarnos alegría y pasión, haciendo más bello el juego de un conjunto. Y si las cosas van bien, todos brillamos a la vez.

Esa magia es la que, me parece, la política no tiene. Y los ideales cambian según el representante, intérprete, jefe, líder o caudillo que cada partido político promueva. Finalmente, terminamos siendo espectadores más o menos escépticos, de acuerdo a cuánto nos simpatice un tipo, no tanto las ideas. De alegría y de talento, mejor ni hablemos.

Pero, ya le digo, ¡qué viva el caudillo!, ¡qué viva el líder!

Por supuesto, ¡qué viva Román!

martes, 9 de noviembre de 2010

Qué dirá Dios

Murió un dictador.
Y ahora que es el momento propicio, nunca entendí como algunas personas, vaya a saber por qué, lo llamaban “ex dictador”. Porque Massera fue, es y será siempre un dictador sin “ex”. Es más, no lo digo yo, lo dirá la historia con absoluta claridad.
Murió un torturador, que defendió con uñas y dientes un proyecto basado en el exterminio y la desaparición de personas. Un fascista, que alguna vez pensó que defendiendo esas ideas terminaría con otras, las de millones de personas que nunca jamás pensaron ni van a pensar como él. O como aquellos otros, que todavía siguen vivos porque, aunque no lo dicen, le temen a la muerte. Y por eso han vivido cobardemente todos estos años, escapando a juicios, argumentando pésimas condiciones de salud. Fíjese usted cuánta cobardía: sin decirlo abiertamente, siempre han buscado piedad, eso que nunca tuvieron cuando detuvieron, secuestraron y torturaron hasta asesinar.
Con Massera murió un dictador, un torturador, un fascista. ¿Qué dirán sus víctimas?, ¿cómo lo recibirán? Sobre todo, ¿qué dirá Dios?, ¿porque a ellos les preocupó siempre la palabra de Dios? Es más, cometieron un genocidio en su nombre. Entonces, ¿qué le estará diciendo Dios? ¿Existirá Dios? ¿Massera lo habrá visto, lo habrá tocado? ¿Dios lo habrá recibido con los brazos abiertos? ¿Dios estará de acuerdo con Massera o aún estará recibiendo aquellas almas cuyos cuerpos fueron arrojados al mar?

martes, 5 de octubre de 2010

jueves, 30 de septiembre de 2010

Un poema es una ciudad

Una de Charles Bukowski

un poema es una ciudad llena de calles y cloacas,
llena de santos, héroes, pordioseros, locos,
llena de banalidad y embriaguez,
llena de lluvia y truenos y períodos
de ahogo, un poema es una ciudad en guerra,
un poema es una ciudad preguntando por qué a un reloj,
un poema es una ciudad ardiendo,
un poema es una ciudad bajo las armas
sus barberías llenas de borrachos cínicos,
un poema es una ciudad donde Dios cabalga desnudo
por las calles como Lady Godiva,
donde los perros ladran en la noche y persiguen
la bandera; un poema es una ciudad de poetas,
muchos de ellos muy similares
y envidiosos y amargados...
un poema es esta ciudad ahora,
a 50 millas de ninguna parte
a las 9:09 de la mañana,
el sabor a licor y cigarrillos,
sin policía, sin amantes, caminando en las calles,
este poema, esta ciudad, cerrando sus puertas,
fortificada, casi vacía,
enlutada, sin lágrimas, envejecida sin pena,
las montañas rocosas,
el océano como una llama de lavanda,
una luna carente de grandeza,
una leve música de ventanas rotas...
un poema es una ciudad, un poema es una nación,
un poema es el mundo...
y ahora pongo esto bajo el cristal
para el loco escrutinio del editor
y la noche está en cualquier lado
y lánguidas damas grises se alinean
el perro sigue al perro al estuario
las trompetas anuncian los patíbulos
mientras los hombrecillos deliran sobre cosas
que no pueden hacer.

lunes, 7 de junio de 2010

Arbitrariedades

Si la Justicia tuviera que empezar a investigar los episodios de corrupción cometidos en los últimos años y llegar hasta las últimas consecuencias, probablemente, la Justicia sería la primera en caer. Al contrario, hoy se insiste en buscar la paja en el ojo ajeno.

La injusticia, en su cotidianidad, trae división, recelos, odios, violencia y esa necedad propia en algunos de no poder ver más allá de lo que el sometimiento permite. El miedo se convierte en el principal enemigo, con lenguaje propio. Terminamos por creer que nunca va a pasar nada.

El clientelismo político se burla de la Justicia porque ella jamás ha logrado meternos en la cabeza cómo tenemos que obrar, hacia dónde tenemos que ir, bajo qué reglas y principios constituirnos ante las atrocidades. El clientelismo está basado en préstamos donde se negocia en cuotas la dignidad que se va perdiendo gradualmente.

Las arbitrariedades cometidas contra los trabajadores no son otra cosa que el reflejo de la impunidad de esa Justicia sinvergüenza, que no quiere todavía mirarse al espejo. Que no quiere aún sacarse la careta porque sabe que se verá indigna, perversa y sádica. No se verá justa. Por lo menos hasta que otra Justicia ocupe su lugar frente al espejo.

jueves, 28 de enero de 2010

Por Haití

Cuando decirle no a la invasión norteamericana contra el pueblo haitiano es la mejor forma de ayudar...

http://rebelion.org/noticia.php?id=99479

Una del Groucho

"La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnostico falso y aplicar después los remedios equivocados".