viernes, 17 de abril de 2009

Omnipotencia

Verla tirada en el suelo fue todo un impacto. Apenas se movía, sus alas desencajadas pedían clemencia y sus patitas fracturadas no le permitían hacer pie. Estaba mal, pésimamente mal. Sollozaba la poca vida que le quedaba mientras yo, que sólo pasaba por la cocina para tomar un vaso de agua, decidí darle unos segundos.
Rezó. Imploró. Pidió ayuda. Me dio todas las explicaciones al alcance de su inescrupulosa existencia. No me convenció, aunque la seguí escuchando con buena predisposición y sin interrumpirla pese a que ya se me hacía tarde.
Su destino iba a quedar marcado en el suelo, para siempre. Y quizá fue el hecho de verla así, estropeada como cuando un coche se estrella contra un árbol, que de repente sentí una inédita angustia. La miserable inició planteos metafísicos y de a poco la fui entendiendo. Al final, creo que me convenció definitivamente cuando mencionó su vinculación con miembros del sindicato o algo así.
Supe en ese momento que a través de los siglos las moscas han intentado mantener un sistema ordenado, siguiendo los patrones más elementales en cuanto a los relacionados con el respeto por el prójimo. Un esquema bastante democrático y por el cual muchas moscas mueren cada día producto de diversos factores.
A diario, en busca de su objetivo, algunas se meten en serios problemas y, aunque vuelen velozmente escapando del peligro, tarde o temprano terminarán estirando las patitas, al ser ajusticiadas por una inmensa sombra o un tóxico letal.
Yo elegí una pinza con puntas muy finas.

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