sábado, 11 de abril de 2009

Una de opositores

Un panorama al menos extraño es el que tenemos ante nuestros ojos. Con candidatos, precandidatos, y hasta canes por todos lados, que auguran ciudades encaminadas hacia el horizonte indefectible de prosperidad.
Nuestra provincia es extremadamente rica, dicen algunos.
Otros sentencian que debemos trabajar razonando con todas nuestras neuronas que de esta ciudad hay que hacer una capital a la altura de la provincia condenada a la gloria.
Argumentos que antes se empleaban para hablar de nación, cuando hablar de nación era hablar de patria y hablar de patria era hablar de bandera, en fin..., de todas esas cosas a las que aluden los que generalmente gobiernan para sacarte la memoria con un sable, o una máquina retroexcavadora, que son tan comunes ver últimamente.
En realidad ya no sé si el panorama lo tenemos ante nuestros ojos o nuca, porque, ya sabe usted cómo son estos tipos: hablan haciendo eco, eco, eco. Y al final uno no recuerda si escuchó lo que dijeron o en realidad la sonoridad fue somnolientamente placentera.
Se vienen días, o mejor dicho ya estamos metidos en ellos, de campaña y verborragias. De verdaderos parloteos sacados con abrelatas del cerebro de un par de pensadores modernos que juegan con nuestras debilidades y que conocen el grado de estupidez que podemos tener cuando pensamos, pobre de nosotros, que algo puede llegar a cambiar.
De todas maneras hay cosas que siempre estimulan, la ranura de una urna por ejemplo, que desde luego para los democráticos fue hecha para amarla. No es que la discuta ni crea que está mal esa forma de elegir "representantes", nada más digo que genera pánico ya no elegir a un solo tipo sino al choclo de tropa que sigue detrás, y que, casi con seguridad infinita, abandonará el barco cuando se cruce otro mejor o cuando tenga que confrontar con el opositor.
Acá quería llegar. Si vamos al caso, de opositores estamos llenos y casi todos lo somos. Es más, diría que el 75 por ciento de los votos de la última elección fue de opositores... de opositores a los opositores, claro está.
Así que no me va eso de hacer oposición por hacerse el bravucón nomás. Los vecinos, malos a veces, a un opositor llegan a tratarlo de, mire usted la cantidad de calificativos que encontré: inconformista, negativo, destructivo, pesimista, antidemocrático, terrorista, rebelde sin causa, extremo, insano y charlatán de café con leche (este es reciente), entre otros. En el peor de los casos, puede tildarte (uy, ya me metí en el medio) de "oficialista encubierto" o de agente de inteligencia (como los brujos, que los hay los hay!). Y en el mejor, pueden tratarte de "oportunista político". Definición pobre para los tiempos que corren.
Como vemos, la tarea de opositor es realmente sacrificada, ingrata y cruel. Vive siendo el blanco de los que se dicen buenos e incorruptibles.
A veces hasta romántico resulta serlo, desde lo ideológico o desde lo carnal nomás, cuando aparece alguna mujer expectante en la vereda de enfrente con labios carnosos, suave voz, y deseos de comprender porqué uno se excita tanto cuando habla como un niño que tira y tira piedritas en el agua.
Pero volvamos a lo nuestro, como un perro rabioso, todos mirarán mal o con desconfianza al opositor. Y éste, en su afán de caerle en gracia al porcentaje que nunca será atraído por sus planteos "anacrónicos", con los años terminará optando por ya no conversar y encerrarse en sí mismo, que es la mejor manera de ser opositor.
Porque ser un opositor, señores, significa llegar convencido, si es necesario a la propia muerte, a la fatal realidad de que todos los demás son quienes viven equivocados o engañados, pero yo no.
Ya lo diría un viejo amigo del alma, el gran Ciro Solari: "El bolsillo responde solamente al estímulo alienador del sistema".
Chupate esa mandarina.

(Octubre de 2007)

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