martes, 25 de noviembre de 2008

Aprendiendo de los fantasmas

La ciudad está repleta de fantasmas o de sombras que a menudo observamos pero que casi nadie desea conocer. En parte son espejos que reflejan contradicciones que acarreamos y no podemos dejar atrás. Vidas tiradas a la basura, a punto de salir o entrar al infierno de moda. Personas que buscan soluciones al corolario suicida que la vida a veces depara; entre la dureza o fragilidad con la que se educa y alimenta el espíritu sombrío de éstos fantasmas, que ahora siguen, con sus miradas furtivas, el incansable vuelo de los pájaros atraídos por las migas del resto del mundo. Es mediodía.
Al igual que la familia, cada institución es un mundo, donde adentro o afuera las miserias pueden palparse, siempre y cuando los miembros lo permitan. Podría hacerse de noche ahora, las luces de una ambulancia ir al encuentro de un cuerpo tirado en algún rincón de este sitio gris, cada vez más mal crecido, empachado de promesas y que no sólo ladra amenazante sino que cumple con los principios de la raza.
Pero las camillas no esperan y llegan incansables, los sufridos cuerpos también, luego alcanzan la puerta de la guardia los médicos, después los familiares, más tarde la Policía y al final el curioso del día. Estamos todos, somos todos los que estamos y a quienes no nos importó la vida hasta ahora. ¿Ahora?, qué será eso, tan acostumbrado a pensar en mañana, ¿ahora?, qué será eso...
Los fantasmas siguen ahí, sentados, acostados, parados, caminando apenas, llorando, mirando el infinito cielo azul de un mediodía aparentemente trágico o signado por la incomprensión del curioso que siente que algo ha cambiado repentinamente de perspectiva.
Pero también él es un fantasma, una pequeña sombra enclavada en un pequeño mundo, con pequeñas cosas para dar y hacer grande una razón olvidada, aunque ya todos se habían olvidado de él.
Y si de razones se trata, el curioso susurró: "Haremos grande a la vida, la pequeñez con que miramos y sentimos cada día; haremos desaparecer a éstas sombras, a éstos cuerpos sumidos en el destierro, le daremos entidad. Diremos entonces que existe el dolor y la pérdida de la memoria, la insensatez y falta de amor. También diremos que el amor es lo que nos hace grandes y a la vez reales en esta irrealidad en la que vivimos".
Caminó luego sigilosamente por los pasillos que daban la cara al sol. Fenomenal claridad, la del fantasma y sobre todo la del sol, que cuando puede nos hace ver oscuros, demagogos y que, a la vez, nos hace ver locos y fantasmas donde no los hay.
El curioso cerró su relato con una moraleja que decía así: "Si vas al hospital, no esperes que la vida te sonría ni que los fantasmas te saluden. Todo está para ser visto, si es que querés ver". Y se fue, del hospital, de mi vista, y lo peor, de mi pensamiento.

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